Pintora, diseñadora de prendas muy exclusivas, bordadora muy fina y preservadora de esa ancestral tradición que ha posicionado a Cartago en la escena cultural universal.

Sus lienzos son el soporte que le han permitido desarrollar un lenguaje propio y una expresión muy particular, la naturaleza en general y algunos de los elementos más destacados de la flora propia de su región forman parte de una de sus primeras etapas en la pintura; como admiradora y fiel seguidora de los impresionistas franceses, a quienes conoció de cerca en su residencia en París por varios años, desarrolló de manera dedicada el tema del bodegón y el paisaje impregnado de nostalgia, estos últimos evocadores de sus viajes por Colombia, las playas americanas y europeas. Su visión cosmopolita no se limitó a la capital francesa, sus museos y los maestros del siglo XIX, ni a los tapices de pared de uno y otro lado del océano, ni en el diseño de modas que aprendió y desarrolló tanto en el nuevo como en el viejo continente, la llevó más allá hasta formalizar su compromiso con la pintura estudiándola tanto en su ciudad natal como en Bogotá.

Su obra es un reflejo de un gran amor por lo natural, su preocupación por los problemas medioambientales que apenas hoy nos vienen a ocupar como especie, por eso en la actualidad la obra de Leonora Salazar se nos presenta como un grito colorido y luminoso plasmado en “Marinas” que tanto nos muestran la gracia del mar azul-verde como la nefasta depredación a la que sometemos nuestro hábitat con ocres-rojos que, sin perder esa gracia, nos golpea la visión y confronta nuestro papel de habitante del planeta.